lunes, 18 de junio de 2012

Un Hombre Resfriado


Últimamente me he estado cuestionando si será cierto que los hombres son y serán siempre reconocidos como el sexo fuerte y nosotras las mujeres como el sexo débil. Yo entiendo que los hombres sientan el deber de ser fuertes para nosotras, pero la verdad es que después de gozar a un hombre resfriado comprendí que no son tan fuertes como parecen.
Los hombres tienen poca tolerancia al dolor, al malestar y a que las cosas no salgan como planean. No han visto por ejemplo, estos programas concurso donde hay retos y a los macho alfa les hacen la cera en un pedacito de la pierna y con un solo tironcito se retuercen como lombrices. Cuando para nosotras es algo tan normal que hasta llevamos nuestra música para relajarnos con los ojos cerrados mientras nos dejan lampiñas.
Otro caso divertido es cuando un hombre intenta abrir un pomo de vidrio y tú lo ves sufriendo sin lograr mover la tapa ni medio milímetro. Entonces te acercas y le dices que vas a intentar abrirlo tú, y lo logras a la primera. La respuesta de aquel hombre es y cera siempre “te la deje aflojada”, porque no puede verse como un debilucho jamás.
Pero lo peor de todo es tener a un hombre resfriado.  ¿Por qué lo digo? Pues, porque un hombre con un simple resfrió se convierte de nuevo en el  niño engreído que alguna vez fue años atrás. Pero como ya es un hombre grande y fuerte y no necesita de los cuidados de mama, la que carga con sus engreimientos somos para variar, nosotras.
Un hombre resfriado desarrolla el síndrome del malhumor combinado con el síndrome del pequeño dictador, pues se vuelven tan engreídos, que empiezan a hacernos pedidos especiales para hacerlos sentir mejor. Tenemos que preparar la maldita sopa recomendada por la abuela, taparlos con la mantita y acercarles la caja de kleenex y obvio el basurero para que desperdiguen ahí todos sus mocos. Por poco y tenemos que sonarles la nariz.
¿Creen que cuando nosotras nos resfriamos ellos nos darán la misma atención? Pues no, a lo mucho irán un ratito a vernos, pero no se quedaran mucho tiempo porque no se quieren contagiar. Pero aunque lo neguemos mil y un veces  e intentemos sacarlos de nuestras vidas, siempre los dejamos regresar porque los necesitamos. Nos necesitamos mutuamente y no solo para satisfacer nuestras necesidades básicas.